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Un nuevo orden mundial diseñado por el Kremlin:

la izquierda y la derecha se fusionan en favor de las oligarquías


José E. Muratti Toro


Artículo 29, Sec. 2. En el ejercicio de sus derechos y en el disfrute de sus libertades, toda persona estará solamente sujeta a las limitaciones establecidas por la ley con el único fin de asegurar el reconocimiento y el respeto de los derechos y libertades de los demás, y de satisfacer las justas exigencias de la moral, del orden público y del bienestar general en una sociedad democrática...


Artículo 30. Nada en la presente Declaración podrá interpretarse en el sentido de que confiere derecho alguno al Estado, a un grupo o a una persona, para emprender y desarrollar actividades o realizar actos tendientes a la supresión de cualquiera de los derechos y libertades proclamados en esta Declaración.



- Declaración Universal de Derechos Humanos Adoptada Asamblea General en su resolución 217 A (III) del 10 de diciembre de 1948

 

A mi amigo Luis Rafael Martínez Dauzá

quien me provocó redactar este escrito.

 

En su columna vía Substack del 5 de marzo de 2025, Heather Cox Richardson, historiadora y profesora de Historia en Boston College, hace un detallado recuento de la política de Europa y los EEUU a partir del 1946, impulsada por Winston Churchill (y acogida con entusiasmo por Harry Truman y Dwight Eisenhower), conducente a la Guerra Fría de lo que será la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en contra de Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas y, posteriormente, Rusia. (https://heathercoxrichardson.substack.com/p/march-5-2025)


El detallado análisis revela los orígenes de la Guerra Fría, las estrategias utilizadas por la OTAN y el Kremlin para reordenar el balance de poder de Occidente a favor de un capitalismo cada vez menos limitado por los gobiernos liberales que emergieron de la II Guerra Mundial (IIGM). Cox Richardson no menciona que los Estados Unidos, al igual que hicieron durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), utilizaron su intervención como una herramienta para fortalecer sus sectores financiero, manufacturero y de construcción, y durante las décadas posteriores a ambas guerras convirtieron las industrias que apoyaron las fuerzas armadas en un sector manufacturero de consumo para suplir una economía sin competencia, e insertar sus empresas y productos en una Europa devastada.


La Guerra Fría se caracterizó por dos estrategias con unos propósitos similares y otros disímiles, pero equivalentes. En primer lugar, procuraron el control de los países que Churchill, Roosevelt y Stalin se dividieron en la Conferencia de Yalta en 1945, irónicamente en Crimea. Europa occidental, léase desde la mitad repartida de Alemania hacia el oeste, pertenecería a la alianza entre dichos países y los EEUU, mientras que la Europa oriental, o sea los países en la periferia de Rusia, caerían dentro de la esfera de poder de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, bajo el mando de Moscú.


Cox Richardson relata cómo la URSS coaccionó a sus repúblicas y su periferia a alinearse con la política pública del Kremlin. Y, aunque no lo menciona, sabemos que, a su vez, el Kremlin apoyó los movimientos de liberación nacional surgidos en África, Latinoamérica y Asia tras la desintegración de los imperios europeos (inglés, francés, belga, holandés, portugués e italiano), incluyendo las excolonias españolas en Latinoamérica, ahora bajo la influencia de la Doctrina Monroe de los EEUU.


Algo que Cox Richardson lamentablemente tampoco comenta es cuánto los EEUU realizaron las mismas tácticas de desinformación e intervención en las estructuras gubernamentales que la URSS en sus "colonias en ciernes", ni que cuando sus tácticas fracasaron, procedieron a propiciar, e intervenir directamente, en golpes de estado y hasta asesinatos de figuras claves de las oposiciones a las dictaduras que los EEUU. Todas estas acciones siempre cobijadas por el manto de su estandarte de democracia y libertad, le permitió apoyar o instalar regímenes siempre y cuando estuvieran alineados con las políticas económicas y militares estadounidenses.


El resquebrajamiento de la URSS en 1993 dio paso a dos esquemas políticos-militares que han dominado la realidad económica y cultural mundial. Por un lado, Rusia quedó aislada de sus aliadas exrepúblicas soviéticas y se concentró en establecer un orden económico interno en manos de un sector empresarial alineado con el Kremlin, a cambio de la privatización de las empresas estatales “socialistas”. Vladimir Putin, ejerciendo un poder anclado en su pasado como oficial de la policía secreta (KGB), concedió la apropiación de las empresas estatales a un puñado de financieros que, a su vez, cedieron todo poder político a él en calidad de primer ministro en 1999, luego de presidente interino a partir del 2000, hasta el presente.


El aparato estatal controlado por Putin y los empresarios seleccionados por él, durante los pasados veinticinco años ha constituido una oligarquía, o sea, un sistema de gobierno compuesto por representantes de las élites económica, militar y política, cuyas estructuras canalizan los recursos del estado hacia las empresas privadas bajo la protección o coacción del aparato militar, dominado, a su vez, por el poder político. En el caso específico de Rusia, se trata de una oligarquía solamente de nombre. El poder político y militar de Putin, permite que los empresarios billonarios a cargo de las principales empresas del país mantengan su control de estas, siempre y cuando estén alineadas con la visión de mundo y la política estatal del presidente. Como ha ocurrido, si alguno de estos billonarios se descarrila, se convierte en blanco de encarcelamiento o asesinato y es sustituido por otro oligarca. El estado continúa autodenominándose democracia en tanto sostiene elecciones cada seis años en las cuales Putin continúa siendo electo con un promedio de 88% de los votos. Los políticos que lo han desafiado en las elecciones han terminado presos o envenenados, como si se tratase de las cortes de los Borgias o Luis XIV de Francia.


Los Estados Unidos, fundados bajo la filosofía inglesa del derecho natural a la propiedad privada ideada por John Locke en el siglo XVII, fundamento medular del capitalismo, e influenciados por las posturas filosóficas de la Ilustración de los siglo XVII y XVIII, crearon un sistema de gobierno alineado con los postulados de libertad, propiedad, seguridad y resistencia a la opresión contenidos en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución Francesa. Simultáneamente, y sin reconocer contradicción alguna, desde su visión de mundo judeocristiana propiciaron el derecho de sus ciudadanos a apropiarse de los territorios, salvajes y carentes de legitimidad política. Más aún, se adjudicaron el derecho a poseer y esclavizar a otros seres humanos, a pesar de que en Declaración de Independencia afirmaron: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.


Esta aleación entre el derecho a la propiedad, que incluía a personas esclavizadas, y un sistema sufragista que permitía elegir a las ramas legislativas y ejecutivas establecidas por la Constitución, fue bautizado como la mejor versión de la democracia concebida en Grecia. El sistema se cristalizó a pesar de que no todos los ciudadanos tenían los mismos derechos, incluyendo el derecho al voto para elegir a sus gobernantes, y que sistemáticamente los derechos de sus ciudadanos no-blancos, fueron y siguen siendo objeto de discrimen y persecución. Para millones de ciudadanos, los derechos a la propiedad y la libertad, a la seguridad y la resistencia a la opresión se obstaculizaron, en contravención con dichas disposiciones adoptadas de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución Francesa.


Como resultado, desde sus inicios los Estados Unidos ha sido una oligarquía. Los hombres blancos, libres y propietarios que la fundaron siempre tuvieron un poder que excedía su proporción dentro de la sociedad, y siempre pudieron ejercer dicho poder para dirigir o influenciar las políticas públicas de las administraciones gubernamentales, independientemente de los partidos políticos que ocupasen el poder.

El fortalecimiento de las oligarquías tiene el exclusivo propósito de extraer la mayor cantidad de capital de sus economías invirtiendo la menor cantidad posible en la ciudadanía que genera la riqueza de la nación con su trabajo y consumo. Abandonarles a su suerte representa una actitud de indiferencia o, en el peor de los casos, desprecio fundamentada en la visión de que el bienestar de la ciudadanía no es de su interés, "none of our business", frase en inglés que describe mucho mejor dicha visión del mundo como un mercado donde lo único de valor es el "business" y el ingreso que genera. Todo lo demás o no tiene importancia o es desechable.


En el siglo XXI, los EEUU enfrentan las crisis que a través de la historia han enfrentado todas las oligarquías cada vez que se advienen al poder. La naturaleza depredadora de sus regentes, propietarios y los directivos de sus empresas, una vez consumen los recursos naturales y comerciales de sus competidores, se vuelcan hacia los recursos internos y comienzan a saquear tanto las estructuras gubernamentales como las de sus competidores dejando la sociedad sin recursos con que satisfacer las necesidades básicas de sus ciudadanos: empleo, alimentos, vivienda y salud. Y una población incrementalmente empobrecida siempre se vuelca contra los responsables de sus carencias, derrocando gobiernos y arremetiendo contra sus explotadores.


En el contexto de las convergencias oligárquicas del siglo XXI, resulta sumamente curioso que los doctrinarios de las esferas de influencia de los EEUU y Rusia hayan desechado sus pretensiones ideológicas. Ambos abogan por un sistema en el cual el concepto de democracia se reconoce como una farsa, ideada y generalizada para mantener sus respectivas masas conformes con la desigual distribución de recursos, riquezas y servicios que todo gobierno reconoce como su responsabilidad para con quienes no se los pueden procurar con sus propios ingresos. En otras palabras, tanto las “democracias liberales” occidentales como los sistemas totalitarios, aunque también sufragistas, comienzan a desechar las apariencias y comienzan a reconocer que las desigualdades propias del sistema capitalista impiden el desarrollo sustentable equitativo. Como resultado, en ambos sistemas se comienzan a cultivar la hostilidad y el discrimen por parte de los sectores resentidos con la desigualdad que les mantiene en la pobreza, hacia las minorías a cuyos rasgos raciales o culturales se adjudican las causas y efectos de sus insuficiencias y desigualdades.


En nuestro entorno colonial se cuece una nueva tendencia que alimenta las aspiraciones de ambos bloques oligárquicos. Los sectores anticapitalistas, en su rechazo a los EEUU, parecen comenzar a simpatizar con Moscú (obviando su sistema oligo-capitalista pero gratificantemente antiestadounidense) y adoptar la visión del mundo y propaganda de Moscú recientemente descrita por el portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov de la siguiente forma: "El nuevo gobierno de EE.UU. está cambiando la política exterior y esto coincide con la visión de Rusia" (https://www.bbc.com/mundo/articles/c70wnlj0d1ko).


En otras palabras, Washington y Moscú comienzan a compartir la visión de mundo de que nos adentramos en una realineación de las esferas de influencia y poder. Como resultado, en adelante el poder económico exclusivamente determinará las acciones del poder militar y el resto de los países, sea de Europa, de África y de las Américas, necesitan aceptar y no resistir “la nueva realidad”. Hannah Arendt definió la promoción y adopción de esta actitud como la cuarta fase del totalitarismo, la Desmoralización y Resignación, que dicta: “Se deslegitima cualquier alternativa política o moral, haciendo que las personas crean que no hay otra opciones viables. Se inculca la idea de que la historia es inevitable y que cualquier intento de resistencia es inútil”.


Entramos en una era en que reprochar y castigar a los EEUU y su sistema económico dominado por el dólar, sus considerables fuerzas armadas, y su imagen minuciosamente cultivada de ejemplo de democracia y justicia que ha redundado en su apropiación de la economía mundial y la explotación de sus neocolonias, excede precisamente los principios que hacen censurables las acciones del propio imperialismo estadounidense.


Los EEUU han convencido a gran parte del mundo, sobre todo el Sur Global, de que la verdad y la justicia descansan en el sistema sufragista y de "libre mercado" que los EEUU han equivalido a Democracia. Al presente, Rusia logra mediante estrategias de repetición de desinformación hasta convertirlas en verdades factibles, manipular el sentimiento anti-estadounidense (antes pro-socialista) para que respalde sus propias pretensiones imperialistas en una Europa subyugada al capital multinacional (“globalista”) predominantemente estadounidense, y debilitada por su propia indolencia de depender de los EEUU para la defensa de su integridad territorial y su colaboracionista economía.

El resentimiento de quienes han combatido el intervencionismo e imperialismo estadounidense durante décadas, están viendo en la postura de Rusia una posibilidad de desquite y retribución imposibilitada hasta el presente por un aparato mediático y un poder militar en estado de permanente alerta que ha castrado cualquier intento de desafiar el famoso "sistema", el "poder permanente", el "deep state".


Enfrentamos un momento histórico de inconmensurable frustración y encono contra un sistema-mundo en deterioro y al borde de la guerra. Tras toda una vida intentando reivindicar nuestro derecho a ser autosuficientes, independientes y soberanos (y esto no aplica solo a Puerto Rico, sino a gran parte del Sur Global), llega al poder en los EEUU un Donald Trump, cuya ignorancia y discapacidad afectiva sólo compara con su prepotencia y su crueldad, y decide imponer a la trágala lo que han hecho durante siglo y medio con esa táctica de "zanahoria y garrote" de que tanto se ha jactado, para dominar a aliados y adversarios por igual. Trump ha asumido la actitud de "no more Mr. Nice Guy" y con su desfachatado "F*ck it" (como dijo al liberar los 1,600 insurrectos que asaltaron el Capitolio) ha decidido apropiarse de todo lo que sus asesores y sicofantes multimillonarios deseen para enriquecerse aún más.


Sirven de ejemplos de esta actitud: la "toma" del Canal de Panamá por la firma inversora estadounidense BlackRock; la apropiación de Groenlandia "one way or the other" como dijo Trump el 4 de marzo; el debilitamiento de la economía canadiense mediante aranceles para incorporar a Canadá como Estado 51; el sabotaje del apoyo a Ucrania cortando la ayuda militar y procurando apropiarse del 50% de sus "tierras raras" mediante acuerdo; cediéndole el país a Rusia al rescindir las sanciones y permitiéndole volver a expandir su suministro de petróleo con sus consabidos ingresos; el abandono de los EEUU por fases de la OTAN, la ONU, la OMS, el tratado del medioambiente de París,  para "liberar" sus corporaciones de restricciones o señalamientos por violaciones a acuerdos formales o voluntarios en sus acciones internacionales; y la decisión cada vez más reseñada de un acuerdo tácito de dividirse el planeta mediante tres esferas de influencia o poder entre Rusia, China y los EEUU, permitiéndose invadir o apropiarse por los medios que sean necesarios, los recursos de otros países y regiones que sus intereses nacionales deseen.


Lo que tan tarde como enero del 2025 hubiese resultado inconcebible ahora cobra forma y vigor a una velocidad vertiginosa: los EEUU apoyan a Rusia para que se recobre de su estrepitoso fracaso en Ucrania mediante una posible reversión de las sanciones impuestas tras la invasión de Ucrania; dividirse sus recursos naturales; echar por la borda el acuerdo de mutua defensa e integridad territorial de Europa; sentar las bases para futuras incursiones de Moscú en las ex repúblicas socialistas, mientras los EEUU se reparten los recursos del Atlántico Norte, primero con Groenlandia, luego Canadá, seguida por México con la excusa de combatir el narcotráfico. Una vez consolidado el control del continente Norteamericano, podrían invadir a Venezuela para "restituir la democracia", como han hecho durante un siglo, y apropiarse su petróleo. Y, más adelante, para neutralizar la creciente influencia china en el hemisferio sur, se renovarían las relaciones del Pentágono con las fuerzas armadas de las diversas repúblicas latinoamericanas y volver a controlar el continente. Anticipadamente Milei dirá: "¡Presente!"


Está ocurriendo un alarmante adopción del discurso ruso por las extremas derecha e izquierda de que Ucrania no es un país independiente sino un territorio ruso, que fomentó un nuevo estado nazi (anatema de la historia de Rusia), y provocó la guerra iniciada por Rusia el 24 de febrero de 2022, cuando suprimió la decisión eleccionaria de las regiones de Crimea y Donetsk de reintegrarse a la madre Rusia, justificó las invasiones de Crimea en 2014 y el este de Ucrania el 2022. Al presente, se argumenta que solamente permitiéndole a Rusia retener el territorio invadido y certificando que Ucrania no ingresará en la OTAN, es posible lograr la paz. El llamado a no retar esa “realidad” es motivo de largos desvelos para quienes aspiramos a un mundo en el que los derechos de las naciones, al igual que los derechos de los individuos, a la libertad, la seguridad, la resistencia a la opresión y la paz, son inalienables.


Tal vez, la pregunta a hacernos como personas y sociedades es: ¿a qué libertades tenemos derecho los individuos y las naciones, solamente a las que podamos defender por la fuerza o a las que se merece todo ser humano “sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición” como reza la Declaración Universal de Derechos Humanos Adoptada y proclamada por la Asamblea General en su resolución 217 A (III), de 10 de diciembre de 1948?


A tenor con la visión de mundo de los que nos formamos como herederos de dicha declaración, la interrogante shakesperiana de ser o no ser antimperialista, anti-totalitarista, antifascista es, tal vez, la pregunta para nuestros tiempos.

 
 
 

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