Por R. Ramos-Perea
Acudí muy interesado a ver la función de la obra Ópera para idiotas, que el nuevo grupo Colectivo 7 acaba de estrenar en la pequeñísima sala de ImproGalería, ubicada en la calle César González. Por pequeña que pueda parecernos la sala, no deja de ser un espacio realmente acogedor y alternativo para presenciar interesantes experimentos y propuestas, tanto de dramaturgia como de improvisación, que con alguna frecuencia se presentan en este espacio.
Como todo espacio pequeño, a veces no permite la experimentación amplia o la producción de obras de mayor extensión, pero que llegue a este escenario un texto tan inteligente como el que acabamos de ver, es esperanzador. Ópera para idiotas (cuyo título original es Opera Idiota) es una obra teatral escrita por la laureada dramaturga uruguaya Analía Torres (1983) y adaptada modestamente por su director Daniel Torres. La obra nos muestra la historia de un cuartel policial periférico y corrupto y el desarrollo de personajes que, en un principio, parecen estereotípicos, pero que, a medida que avanza la acción dramática —muy bien concebida—, van revelando personalidades realmente complejas y profundas.
La historia no es sencilla de contar; como excelente dramaturgia, tiene muchos giros inesperados que sorprenden en cada escena. Bástenos saber que hay dos policías corruptos y una secretaria de cuartel que se revelan como parte de una compleja trama de tráfico de cocaína, y dos personajes que buscan la redención y la libertad tras haber sido víctimas de los intereses policíacos del poder.
La obra mantiene al espectador atento a cada conflicto y nos sorprende constantemente al revelar los oscuros mecanismos de la opresión humana que, en el complejo pasado de los personajes, se vuelve macrocósmica de la humanidad: intereses personales, ambición, gratificación inmediata, necesidad de amor, soledad y ansia de verdad. En estas complicadas interacciones se ejemplifica la famosa frase de Jean-Paul Sartre: “El infierno son los demás”. Para estos personajes, todos entre ellos mismos son un descarnado infierno que tratan de sobrellevar, mientras por un lado ríen de sus estupideces cotidianas, aspiran a la sensibilidad de las arias de ópera que escuchan en un radio maltrecho. Cada uno debe vencerse no solo a sí mismo, sino también a quienes le impiden ser. Esta obra me recordó las sensaciones posguerra sucia de otro gran dramaturgo del cono sur, Eduardo Pavlovsky.
Ópera para idiotas es una obra de profunda liberación. El final, que podría parecer confuso, es en realidad un grito de justicia, un manifiesto del carácter humano que busca constantemente la verdad. Porque, si para encontrar esa verdad debe sacrificarse la vida, el honor y el respeto propio, lo hará.
Nos causa satisfacción ver una obra bien dirigida, y que es buena por el producto del estudio, del dedicado análisis de texto que se traduce en caracterizaciones sólidas. La calidad de una puesta en escena depende en gran medida, no solo del dramaturgo, sino de un director que lo estudie y tome decisiones en favor del texto. En esta dirección no se perciben ocurrencias, sino propuestas justas que adelantan esa significación. Daniel Torres muestra que su inteligencia le rendirá frutos.
Las actuaciones en esta producción son superlativas. Destaca sobremanera el actor Guillermo Díaz en el papel del policía Richero, quien ofrece descarnadamente su amargura de hombre solitario, que se ha echado sobre sus hombros ¡casi! el contradictorio destino humano. Su caracterización, además de correcta, estuvo impregnada de una profunda meditación sobre la condición humana, sensible, audaz y honda. Cuando un actor logra tocar a fondo el discurso filosófico de una obra, engrandece no solo su trabajo, sino también el texto que interpreta. Mi felicitación a este actor que cargó con el noble peso de una obra importante.
El trabajo de Jianna Pagán fue delicado y articulado, con una caracterización precisa y rica en matices que revelaron a un personaje complejo, sometido y reprimido por desdichas familiares. Destacar las comicidades de su personaje sería un elogio incompleto, puesto que su trabajo trasciende esa primera máscara y poco a poco revela lo destrozado de su alma. Nelson Javier Rivera, como el jefe de policía, mantuvo un carácter sobrio, combinando facetas de torturador mental, traficante, redentor y prepotente militar. Duro trabajo del que sale original y airoso. Por su parte, Gabriel Villafañe realizó una interpretación muy definida y dinámica del policía cobarde, sometido a la autoridad de sus superiores y a sus propios miedos e incapacidades.
Particular satisfacción produce el trabajo de Caroline Vanessa Alicea, quien encarnó un personaje ambivalente y sensible, mostrando la porosidad que siempre existe entre la perdición y la redención. Su actuación fue brillante, segura y demostrativa de un talento excepcional al que ya nos tiene acostumbrados. Las lágrimas de sus ojos no eran actuación, eran vivencia.
Felicito, gratamente sorprendido por este principio, a Colectivo 7 que, si madura como promete, será una fuerza importante en la producción de textos significativos y necesarios para la dramaturgia tanto latinoamericana como puertorriqueña. Su grupo de actores y su equipo técnico auguran un futuro prometedor para nuestra producción teatral contemporánea. Que se repita esta producción, en este u otro espacio. Es justo y bueno para nuestro flaco de inteligencia teatro actual.
Komentarze