Por R. Ramos-Perea
En los campos de concentración de Tejas Verdes, Villa Grimaldi y Venda Sexy durante la dictadura de Pinochet en Chile, los militares chilenos tenían por costumbre dividirse a las mujeres apresadas de la guerra sucia. Estas mujeres, muchas de ellas jóvenes estudiantes universitarias apresadas por comunistas o socialistas, eran utilizadas como esclavas sexuales de militares y policías, y luego de ser torturadas y violadas, eran lanzadas desde los helicópteros al mar. Lo mismo ocurrió durante la dictadura de Videla en Argentina.
Aquellos tenebrosos campos de concentración, en los que eran detenidos hombres, mujeres, obreros, ancianos, las mujeres ciertamente llevaban la peor parte. Muchas de ellas quedaban embarazadas de los militares; otras, que habían sido apresadas en gestación, al nacer sus hijos se los quitaban y los vendían a las familias más pudientes de Chile, que los criaban como futuros esclavos. Y esto sucedió hace muy poco, entre 1973 y 1990.
Y no se trataba de ejercer el dominio de un pueblo sobre otro, sino de dominar el suyo por el terror. Pero el procedimiento era exactamente el mismo que Eurípides, Séneca y muchos otros autores han llevado al teatro a través de los siglos. Las Troyanas nos habla del genocidio que provocó Grecia contra Troya. Para entenderlo en su real naturaleza histórica, no nos basta el cuentito folklórico del amor de Paris por Helena, sino por serias y complejas circunstancias políticas del imperialismo ateniense y su control militar y económico de todo el mar Egeo. Sabemos que la casquivana Helena, por más bella que fuere, no le iba a costar a Grecia tanta vergüenza ante la Historia. La guerra de Troya no fue un asunto de cojones ofendidos ni de vaginas doradas.
La pregunta es: ¿por qué escoger Las Troyanas, si no es para ejemplificar con ella los genocidios presentes, como el actual de Palestina, o el de Ucrania, o el de Haití, o los cientos de genocidios que, en mayor o menor grado, van por el mundo diezmando la civilización? Pues por esa misma razón deberíamos entender que Las Troyanas no debe contentarse con ser la metáfora de un presente, sino entender que, por ser un clásico, su vigencia es imperiosa. Y esa vigencia grita, hiere, duele, desgarra, azota el sentido común. No basta con tratarla como "historia", sino penetrar en ella porque es PRESENTE. ¿Dónde queda Puerto Rico en este recuadro? Dedúzcalo si es inteligente y sabe, aunque sea un poquito, de la historia de nuestro “Puerto Rico sin puertorriqueños”.
Las Troyanas es DRAMA HUMANO y debe producir aquello que los griegos llamaban κάθαρσις, es decir “catarsis”, que no era otra cosa que purgar el dolor humano a través de lágrimas y quejidos de conmiseración. Pero para que esto suceda, el intérprete de ese drama —trágico porque es inevitable, no porque muera mucha gente— debe, ante todo, ser DRAMÁTICO. Intenso, violento, crudo, abusivo, violador, tenebroso. Como el pánico de ver a un soldado ante una pobre jovencita que tiembla de miedo y, en su pavor, osa gritar su rebeldía arriesgando su vida al manotón despiadado de un militar. Esta catarsis no ocurrió anoche. A este drama, le extrañamos DRAMA.
Las Troyanas de MARIANA QUILES ha sido un montaje víctima de demasiados retos. Algunos han sido salvados con entusiasmo y pericia; otros sucumbieron ante la falta de recursos y ayudas, la falta de aplicación de algunos actores del Departamento de Drama del Sagrado Corazón, y de la misma misión dramática de esa universidad, que a duras penas y a pesar del sacrificio de sus profesores que por décadas —recuerdo las luchas del inmenso Maestro Edgar Quiles— han dado su vida porque esa universidad pueda tener un teatro del que sentirse orgullosa.
Podríamos decir mucho de este montaje, de la visión de Mariana Quiles como directora, que es siempre audaz aunque comedida, muy estudiosa y compenetrada con el propósito de hacer del teatro allí no solo un aula, sino un sentido, una identidad que privilegie nacionalidad.
En una universidad como esa, que prefiere criar mezquinos empresarios antes de criar sublimes artistas, la labor los profesores de ese departamento dramático es heroica, y esa es la que merece nuestro aplauso de pie. Porque, a pesar de los espurios propósitos materialistas de la USC, aún puede verse que lo que enseñan estos profesores cae en las fértiles mentes de excelentes creadores e intérpretes que persistirán en el arte y no en el vulgar negocio.
Lo que se puede enmendar del montaje de Las Troyanas, se enmendará en el salón de clases porque sabemos que muchos estudiantes (y lo demostró el montaje que vimos) tienen la savia y la pasión para lograr estupendas carreras. Solo falta que estos retos y estos obstáculos que el mismo sistema universitario les pone, puedan sobrellevarse mediante la disciplina, la firmeza, la constancia. Que puedan librarse de los errores de la falta de ensayo y estudio, de la aspiración de las "s" en un clásico, del bailoteo en sitio, del cambio de foco, de robar escena, la pobrísima dicción de algunos, la falta de análisis de texto, la poca proyección escénica y otros males de aprendices que deberán ser corregidos.
Les opongo a estas deficiencias las aptitudes de otros de sus mismos compañeros, quienes demostraron una excelente dicción, una concentración superlativa, una compenetración con las imágenes que asombra y un conocimiento y dominio de emociones humanas complejas, en una proyección escénica singular y notable.
(Aunque conozco algunos de los más talentosos y destacados, pues han sido aprendices de la Compañía Nacional de Teatro que dirijo) mencionar nombres sería injusto y prolongaría esta reseña hasta el ego estudiantil, y eso no nos interesa. Son estudiantes de drama; con persistencia, estudio, análisis, disciplina, dedicación, ¡PASIÓN! (y, sobre todo, desinterés económico), seguro estoy que llegarán a la excelencia que de ellos esperamos.
MARIANA QUILES ha realizado una proeza. La calidad de su trabajo, en términos artísticos, la veremos en sus próximos montajes, pues este —como quien dice— no cuenta, por haber sido producido con enormes limitaciones a su creatividad y a pesar de la notoria indiferencia de la USC por el arte del Teatro. Pero aún así, Quiles se une a los 12 montajes y adaptaciones de esta inmensa obra que se han hecho en toda la historia de nuestro nacional, con un acercamiento, aunque complicado y difícil, curioso y provocador, que vale la pena tomar en cuenta.
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