Por R RAMOS-PEREA
Del Instituto Alejandro Tapia y Rivera
La actual discusión del natimuerto proyecto en contra del transformismo, me ha provocado la nostalgia.
Es una pena que FB esté condenado a la insulsa brevedad, pero desde que salió el tema, no he dejado de pensar en un hombre al que admiré, amé y con quien compartí largas y productivas horas de mutuo aprendizaje y de un entrañable cariño fraternal sin fronteras. Ese hombre se llamaba ANTONIO PANTOJAS, el más importante, notable y talentoso transformista de toda nuestra historia teatral, todo un señor actor.
Saquemos de en medio lo obvio. No fuimos pareja, aunque a veces en broma nos tratábamos como tales: “si yo fuera chica, me casaba contigo”, me decía; a lo que yo contestaba apretándole la cintura: “y si yo fuera gay, yo me casaría contigo”. Respetaba mi heterosexualidad con la misma pasión que yo respetaba su homosexualidad y desde que estrenó con sonorísimos aplausos mi personaje de Raúl en mi obra MODULO 104, no pasaba una noche en la que me pidiera que lo acompañara a “Bachelor” y las otras discotecas en las que actuaba, para que le diera consejos para mejorar su actuación.
Éramos de la misma edad, por lo que mis largas conversaciones con él trataban de la vida social y cultural, hablábamos de arte, de poesía, de cine, de teatro, -era un hombre cultísimo- , de las conductas sexuales de nuestra generación, de la represión religiosa, de las persecuciones, de los hombres que habían abusado de él y sobre todo de la felicidad de sus éxitos en su arte en un momento en que lo que él y todos sus colegas hacían, eran satánicas maldiciones morales.
Luego, recostado sobre mi hombro, compartiendo una cerveza, me tomaba de la mano, allí en alguna esquina de aquel “Bachelor” oscuro y escandaloso, y me decía:
–“Escribe para mí. Escríbeme cosas que tengan sentido, algunos monólogos que hablen del alma, de dolor de lo que es ser como soy yo. Dirígeme. Ya me cansa hacer chistes de sexo y hablar pendejadas con tanta loquita borracha que no quiere salir del closet.”
–“Pero yo no soy gay, hay cosas que no podré saber nunca”, le decía para no engañarle.
-“Pero eres un ser humano, con eso tengo suficiente”, me contestaba.
Entonces me llevaba del brazo a su camerino, y me hacía mirarlo largo rato en su esplendorosa transformación. Verlo maquillarse con tanta delicadeza y precisión, verlo ajustarse su peluca, ponerse sus perlados trajes, sus prendas, sus tacones que lo elevaban a la altura de una platinada diva y yo revivía mi inspiración maravillado, disfrutando como un niño que mira un sol sin quemarse, aquella luz celestial que emanaba de aquel ser mítico con quien horas antes compartía una cerveza como el más fiel de los amigos. Entonces me sonreía murmurándome “¿Qué tal?”
Pantojas engalanó muchas de aquellas pequeñas piezas mías con su voz y su inmenso talento. Recuerdo un breve monólogo -(es una pena que haya dejado perdidos esos textos en alguna esquina del bar “La Fortuna”), donde Pantojas hablaba consigo mismo frente a un espejo mientras de quitaba su maquillaje y su peluca. Recuerdo la pasión y las lágrimas que puso en aquella actuación hoy para mí, rutilante y memorable. Y lo amé mucho por eso. Amé esa inmensa humanidad de estos artistas, de estos Actores que entregaban su alma por una brevísima ilusión. ¿Qué me importaba a mi lo que quisieran hacer con sus soledades y sus sexos? Estos actores vivían la más humana y las más feroz de las pasiones, que es sentir lo que otro siente. Eso no hay ley que lo pueda controlar, ni hay moral alguna que lo pueda prohibir.
La última vez que compartí con Pantojas, él me dirigió a mí en una obra. Y en el apretado abrazo que siempre nos damos, siempre nos recordamos lo mucho que nos quisimos. Estoy seguro que allá donde él está, todavía lo recuerda.
Comments