Por R RAMOS-PEREA
Una pausa en mis escritos sobre mi obra “1843-Por MARICXON” que estrena en semana y media para recordar a dos grandes amigos que se me han ido el mismo día. Dos hombres imprescindibles a la hora de hablar de la Historia de Puerto Rico.
Luis González Vales era secretario del Instituto de Literatura Puertorriqueña cuando entré a ser su Director Ejecutivo. Era por sus enormes méritos -y no por política- el Historiador Oficial de Puerto Rico y tenía el respeto de toda la comunidad de Historiadores como Presidente de la Academia de la Historia.
Hombre serio, pausado, profundo en su análisis, riguroso en su trato, pero de una empatía poderosa y de un sentido de responsabilidad recio. González Vales fue el responsable de contarnos quién fue Alejandro Ramírez y su enorme contribución en nuestra Hacienda Pública. Había rescatado el “Diario Económico” de 1814 y siempre andaba a la casa de libros y bibliotecas puertorriqueñas que donaba generosamente al ICPR. También era un tapiano de corazón.
En 1998 se da su mayor contribución: se encargó de publicar los más importantes libros sobre la invasión estadounidense de 1898. Esta Biblioteca es hoy nuestro acervo más valioso sobre este tema y quien tenga estos libros considérese privilegiado. Aunque yo no pertenezco a la Academia de la Historia, trabajamos juntos en la búsqueda documental de sus orígenes y siempre agradeció con una asombrada sonrisa lo que yo sacaba de escondrijos documentales que ni el mismo conocía.
Ignacio Olazagasti, el gran Nacho, era un carácter juvenil, dicharachero, divertido y curioso. Estudiaba los temas que nadie estudiaba - ¿a quién se le ocurriría estudiar lo que dicen las lápidas de los cementerios? ¿Quién si no él realizó la primera recolección de chistes rojos de nuestro país?- Historiador de Bayamón, antropólogo sagaz, numismático meticuloso. Hablar con Nacho era sorprenderse de que teníamos una nueva historia.
Mi recuerdo más cerrado de Nacho, a quien me unió una solidaria amistad de varios años, es de cuando éramos colegas en la Facultad del Centro de Estudios Avanzados de PR y el Caribe. Nacho tenía su carácter, su lengua sin filtro, tenía sus amigos y enemigos, estudiantes que le admiraban y colegas que lo detestaban, en eso éramos primos hermanos.
Nacho, yo y varios profesores más nos enfrentamos con rabia al demencial “doctorcito” que dirige la Junta de Síndicos de la Universidad de Ricardo. Ese loco que con su megalomanía y su brutalidad ha escupido sobre el más hermoso sueño del Maestro Ricardo Alegría. Nacho y yo teníamos la Medalla Alegría. Otorgada por su voluntad y nuestros méritos. Medalla que solo tiene una docena de personas en este país. ¿Cómo creen que nos íbamos a sentir?
Y nos enfrentamos a ese loco en solidaridad contra los abusos cometidos contra los estudiantes de Arqueología, Historia y Literatura. Y en la expresión brava de nuestra rabia, nos quitaron los contratos y nos dejaron en la calle como castigo por defender lo que era justo. Nacho enseñó en otra universidad algún tiempo más, pero tenía recaídas de salud que aquel salvaje atropello había agravado.
Yo me dediqué al Instituto Tapia y los demás que fueron expulsados, que eran la crema y nata de la primera universidad del país, también fueron despedidos para colocar en nuestras clases a varios lambones extranjeros que más temprano que tarde también fueron expulsados del Centro.
González Vales y Nacho Olazagasti, los extrañaré. Sobre todo extrañaré la entereza, el sentido de justicia, la imparcialidad, la franqueza, el rigor, la sensibilidad y la curiosidad que son los atributos más caros de un historiador. En Puerto Rico hay un ejército de historiadores de muchas especialidades, pero no todos tienen la pulida nobleza de amar a su patria como aman a su familia. Estos dos varones sí la tenían.
Y en eso los abrazo con mi melancólico recuerdo.
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