por Roberto Ramos-Perea.
Una de las obras más importantes del Teatro Simbolista Europeo, "Los ciegos", de Maurice Maeterlinck (1891), dramaturgo belga, se presenta en el Teatro de la Universidad de Puerto Rico con impetuoso entusiasmo. Más que atraídos por un texto predecible de simbolismos evidentes sobre la actual condición mundial de desesperanza, falta de espiritualidad y, en fin, la ceguera que antecede a una posible tercera guerra mundial, nos impacta el espectáculo creado por el destacado director e iluminador puertorriqueño Israel Franco Müller.
Pudiéramos estar hasta mañana hablando de lo que simboliza la historia de este grupo de ciegos cuyo guía, un sacerdote religioso, muere durante un traslado, dejándo a los miserables ciegos a la intemperie en la oscuridad de la noche esperando la salvación desconocida, (ancestra de Godot). Como final esperado, la fe se deposita sobre un bebé que, por primera vez, abre los ojos en esa “noche oscura del alma” mientras la muerte acelera sus pasos hacia ellos. Recordemos que Maeterlinck fue un místico, en esencia. Repase su pieza juvenil “El Pájaro Azul” (1908).
El montaje de Franco Müller, aprovechando la simbología de la ceguera, mantiene periodos intensos de oscuridad durante la puesta para llevarnos a la desesperanza del no ver, y dejarnos llevar solo por las voces de los actores. (Recordamos “Black Comedy” de Peter Shaferr, “A ciegas” de Jesús Campos en España o “Los ojos" de Pablo Messiez en Argentina, entre muchas otras). En ocasiones, el llanto y el rumor lloroso nos obligan a precisar los focos de atención, pero sabemos que está dirigido a causar ese efecto de desesperanza. La dicción de los estudiantes tuvo niveles de excelencia como de sobrearticulación y torrencialismo, pero esos son gajes del oficio que se resuelven fácilmente. Vimos actuaciones poderosas e impactantes. Sentimos emociones provocadoras, a pesar de lo extremadamente lírico y nada realista del lenguaje. Recordemos que el simbolismo, como el expresionismo -movimientos teatrales primos aunque no iguales- son reacciones al realismo ibseniano.
Pero de esto no se trata; eso ya lo sabemos. Se trata de cómo la Universidad de Puerto Rico, a través de sus destacados profesores, pueda despertar en sus estudiantes un verdadero y sólido objetivo para su aprendizaje de cuatro años.
Es lógico, urgente y necesario que todo estudiante de drama atraviese al menos una producción clásica en la que pueda manifestar sus talentos, en la que pueda ocuparse de crear una disciplina y responder a las estructuras de creación dramática con diligencia, responsabilidad, respeto por los textos que se llevan a escena… (¡Esa carencia de seminarios o cursos sobre ANÁLISIS DEL TEXTO DRAMÁTICO PARA ACTORES es apabullante!) y, sobre todo, asimilando lo que es esencialmente el trabajo teatral: un trabajo colectivo y en equipo dirigido a SU pueblo. NO para simplemente criar o complacer egos ni farándulas.
Esto lo pudimos apreciar en el grupo de estudiantes que llevó a escena el maestro Franco Müller, pues la puesta de "Los ciegos" demostró solidez, inteligencia y, sobre todo, un sentido de unidad que pudiésemos comparar a la fraternidad. Como sabemos, si en el teatro NO HAY fraternidad, no estamos haciendo teatro; el teatro se hace para conectar con el que lo observa y lo recibe, no para el que lo hace. Y el teatro se aprende haciéndolo, no sentado en un salón de clases escuchando conferencias aburridas.
Me canso de decir esto a los estudiantes de drama: el teatro es una herramienta para comprender la sociedad en que se vive. No podríamos entender nuestro lugar en el mundo si no fuera por el teatro, y esta necesidad no la satisface el cine gringo, ni mucho menos la televisión por cable. Tenemos que asistir al teatro para saber quiénes somos y a dónde vamos.
Por eso insisto en que todos estos maravillosos recursos que el maestro Franco Müller ha puesto al servicio del Departamento de Drama de la UPR deben intensificarse hacia la dramaturgia nacional puertorriqueña. Es lamentable que los montajes teatrales del Departamento de Drama de textos puertorriqueños sean tan escasos y tan esporádicos.
La destreza y cultura demostrada por el maestro Franco Müller, la disciplina de los estudiantes, actores y técnicos en "Los ciegos", provoca la sana envidia de verla aplicada a la dramaturgia nacional. Ya es hora, después de casi dos siglos de nuestra creación y profesionalización dramática, que el Departamento de Drama continue la tradición de teatro nacional que entre Francisco Arriví y Nilda González se impuso en ese Departamento, con “Bolero y Plena” en 1956. Entendemos la necesidad de que un estudiante de drama haga clásicos mundiales, ¡por supuesto! ¡Y que se sigan haciendo! Pero ¡ojo!, estos estudiantes van a salir a la calle a hacer TEATRO PUERTORRIQUEÑO.
Hay unas realidades constantes y contundentes a las que el estudiante de drama se tiene que enfrentar, y esa es una industria teatral puertorriqueña que, si bien anda aturdida con su comercialización, también entiende su deber como portavoz de condiciones denunciables y que, gracias a las oportunidades presentes, -aunque pocas, significativas-, nos permiten utilizar el teatro como atalaya de observación de nuestros males coloniales.
Felicito de todo corazón al maestro Franco Müller por este montaje tan excelente, tan acertado, tan intelectual y tan profundo en su significación, que ciertamente nos llenó de orgullo y de esperanza.
Asistimos poco a los montajes del Departamento de Drama por las dificultades de estacionamiento y por la falta de contacto con el teatro “más allá de La Torre”, pero las veces que hemos podido asistir nos regocijamos con la esperanza de que ¡algún día!, todo ese talento que allí se cría pueda estar al servicio del pensamiento dramático nacional. Franco Müller promete en este sentido, y reiteramos nuestro aplauso de pie.
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