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José E. Muratti Toro

DEJAR EL MUNDO ATRÁS O EL ACOPALIPSIS AUTOINFLIGIDO*

Actualizado: 19 dic 2023


José E. Muratti Toro

Miembro del Consejo Académico Asesor IATR

El hombre es el lobo del hombre.

- Thomas Hobbes

 

La libertad natural del hombre debe cederse a un interés colectivo mayor, conformando la institución estatal en la que reside el poder que cada individuo deposita en ésta.

- Jean Jacques Rousseau

* [Nota: contiene spoilers.]



En la primera escena de la película Leave the World Behind, Amanda Sanford (Julia Roberts), una ejecutiva de publicidad que confiesa dedicarse a convencer al público que compren cosas que no necesitan, afirma con contundente convicción: “I f*cking hate people”.


El filme, disponible actualmente en Netflix, es la más reciente de las diecisiete producciones de Higher Grounds Productions, empresa fundada por Barack y Michelle Obama en el 2018, para patrocinar documentales y películas para adultos y niños.

Basada en la novela homónima de Rumaan Alam del 2020, Leave the World Behind narra la decisión de la familia Sanford de salir de la vorágine metropolitana de Nueva York y alquilar una casa para vacacionar en una playa de Long Island.

En la primera noche toca a la puerta George Scott (Mahershala Ali), un hombre negro vestido de etiqueta y su hija Ruth (Myha’la) que dicen ser los propietarios de la residencia. Alegan que necesitan pasar la noche pues ha habido “un evento” que les hizo salir a toda prisa de una función musical para refugiarse en su casa pues no hubiesen podido llegar hasta su apartamento en la opulenta Park Avenue y la calle 82 en Manhattan.


La actitud de Amanda, racistamente desconfiada, contrasta con la conciliadora de su marido Clay (Ethan Hawke), en medio del desconcierto causado por la interrupción de todas las redes electrónicas. Acuerdan que los Scotts duerman en el sótano para, al día siguiente, descifrar lo que está ocurriendo. Cuando George sale, descubre un avión destrozado en una playa cercana y huye de una segunda nave que se estrella. Clay sale en auto, se pierde y una avioneta le lanza hojas sueltas con una inscripción en árabe que su hijo Archie (Charlie Evans) descifra, por haberla visto en un videojuego, y que reza: “Muerte a América”. George musita, “con el pasar del tiempo hemos creado muchos enemigos”.


Simultáneamente, un ensordecedor chillido electrónico amenaza con destrozarle los tímpanos a todos los protagonistas y hasta cuartea los cristales de las ventanas y del I-Pad de Rose (Farrah McKenzie), la hija de los Sanford. La adolescente de 13 años, que siente que ella a nadie le importa, algo que su hermano insensiblemente le confirma, vive obsesionada con ver el último episodio de la serie Friends, mientras se percata de una creciente multitud de ciervos que les observan desde el bosque.


Danny (Kevin Bacon), un vecino de George que se ha apertrechado para “lo que viene”, les asegura que en California lanzaron hojas similares, pero en chino o coreano. Pero su actitud no es la del buen vecino dispuesto a ayudar. Archie, quien aparentemente ha sido picado por una garrapata que porta el virus que provoca la enfermedad llamada “lyme disease”, comienza a perder inexplicablemente los dientes, y George y Clay le piden medicamentos a Danny quien los amenaza con una escopeta pues él solo está dispuesto a proteger a los suyos, aunque ante los ruegos de Clay finalmente accede a compartirle un medicamento.


De regreso a casa, George, quien es ejecutivo del sector financiero, le relata a Clay que un cliente que le ha confiado que existe una organización secreta que desarrolla estrategias militares para derrocar gobiernos mediante un plan de tres fases: interrumpir las comunicaciones, propiciar el caos y permitir que la gente comience a atacarse entre sí.

Desconcertantemente, añade una frase lapidaria que clasifica como la más aterradora: todas las teorías de conspiración son falsas. En realidad: nadie está a cargo.


Los simbolismos se precipitan en medio de una ansiedad que pocas veces logran las series de películas de terror. Clay le dice a Danny que sin su celular y las redes es un hombre inútil. Ante la confrontación de Ruth, Amanda admite que vive en un eterno estado de rabia contra un mundo que desprecia. Ruth, a su vez, le dice a su padre que, si pasa lo peor, no le deben prodigar su confianza a todo el mundo, “especialmente a la gente blanca”, frase que los sectores ultraconservadores de los EEUU han resaltado como único mensaje ulterior del filme, con el que Obama provoca la división racial.


La presencia de los ciervos, a través de la película, crea un desconcertante estado de tensión toda vez que asociamos a los ciervos como criaturas vulnerables, manjar preferido de los depredadores que, en una escena, rodean a Ruth y Amanda sosteniéndoles una mirada impávidamente desafiante. Rose en un momento dado le dice a su hermano que parece que los animales están tratando de advertirles algo.


La publicación de este libro tiene lugar en el 2020, al final de la desastrosa presidencia de Donald Trump y la película se estrena en la antesala de su inminente selección como candidato presidencial para el 2024, con eslóganes abiertamente fascistas y prometiendo convertirse en “dictador por un día” con la militante anuencia de sus maga-seguidores. Mientras tanto, la invasión rusa de Ucrania entra en su segundo año, China espera el desenlace de dicha guerra para invadir Taiwán, Hamas invade Israel, mata 1,200 judíos e Israel asesina sobre 19,000 palestinos, los golpistas de Myanmar son atacados por minorías étnicas, las guerrillas musulmanas propician golpes de estado en África y atacan cargueros en el Mar Rojo, Kim Jong Un se ufana de su poderío nuclear lanzando cohetes intercontinentales, Putin, Erdogan, Orban y Javier Milei (autoproclamado “anarco-capitalista”) ganan las elecciones con mayorías abrumadoras. Todos estos eventos simultáneos desafían la ley no escrita de las casualidades y la irrebatible de probabilidades.

El hecho de que Barack Obama haya producido el filme e insertado apuntes al guion resulta desconcertantemente asombroso, aunque pensándolo bien, no tanto. No es difícil ver que, a pesar de que un posible “hackeo” haya causado el resquebrajamiento del orden estadounidense o mundial en el filme, más adelante, al escucharse bombardeos, tiros y un boletín revelar ataques por “combatientes rebeldes (rogue)” y niveles de contaminación nuclear, todo parece apuntar a una revuelta interna, un ataque a los Estados Unidos y, tal vez, al principio de una guerra mundial.


Obama, al igual que, o tal vez gracias a Dussel, Klein, Zizék y Bauman, parece advertirnos que el mundo neoliberal de principios del siglo XXI está abocado a la hecatombe por la naturaleza depredadora del ser humano y el destilado de sus rapiñas materialistas.


Los protagonistas de la película, que representan una rebanada relativamente pequeña de la famosa “clase media” estadounidense, se convierten en los prototipos de una población que vive al margen de los conflictos globales que amenazan la humanidad, sin percatarse que, a su vez, son inadvertidamente (como publicistas y financieros) copatrocinadores de las desigualdades que provocan dichos conflictos convirtiéndoles en víctimas de sí mismos y de la amenaza que representa su nación para el cúmulo de “enemigos que han creado con el pasar del tiempo”.


Dejar el mundo atrás, (mudarse de continente, de país, de la región) es un sentimiento compartido tanto por los que cada día perdemos más la esperanza de que es posible un mundo mejor en el que la humanidad se salve de sí misma, como por las generaciones de nuestros hijos y nietos que temen que su mundo será aún más funesto que el que vivimos al presente. La película, el autor, el director, Obama no parecen ofrecernos un destello de optimismo o de esperanza.


Descorazonadoramente, la esperanza parece descansar en el deseo irreprimible de Rose de ver el último episodio de Friends, que es lo único que la hace feliz.

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